Como seres humanos en constante evolución nos corresponde hacernos cargo de nuestra existencia, de nuestra propia vida, ya que sólo podremos ofrecer a otros aquello que hayamos integrado en nosotros. La persona a la que acompañemos podrá llegar tan lejos como hayamos llegado nosotros, por eso, como terapeutas y acompañantes, tenemos una responsabilidad de auto observación continua.

Estar disponible para otros supone estar nosotros mismos como terapeutas en el lugar que nos corresponde, el lugar en el que tenemos fuerza para nuestra vida en cada momento, y eso supone un compromiso con el crecimiento propio.

Requiere también de un compromiso con la presencia, y por lo tanto, con el silencio que permita acoger esta presencia.

Desde la sistémica no damos por hecho ninguna información, sino que la propia presencia en el instante en el que estamos con y para el otro, nos permite observar y sentir la fuerza de lo que se revela y que contribuye al movimiento de reconciliación de la información que permanece polarizada en el interior de la persona, es decir, que contribuye a su evolución y la del colectivo. Todo aquello que reconciliemos en nosotros es información posibilitadora para el resto de los seres con los que compartimos existencia.

Bert Hellinger contribuyó a la vida con una amplia investigación sobre la buena ayuda tras años de observación sistémica de aquello que fortalecía el acompañamiento y la evolución, y de aquello que, por el contrario, lo debilitaba.

Estas observaciones han supuesto una gran guía para mí como acompañante de procesos terapéuticos; son observaciones que me acompañan silenciosamente en las sesiones y que me permiten estar en contacto con la coherencia necesaria que posibilita el crecimiento de las personas que me consultan o darme cuenta de cuándo alguna intervención ha debilitado el acompañamiento y poder así repararlo.

         

En este sentido, Hellinger postuló los Cinco órdenes de la ayuda, muy relacionados a sus conocidos Órdenes del Amor:

1.     Equilibrar el dar y el tomar

Se trata de una experiencia vital y un ciclo completo que se inicia en el tomar o recibir de los padres, que impulsa el devolver y agradecer dando al resto de seres. Esto abre a su vez el querer devolver o agradecer del otro. De esta manera surge un flujo continuo de vida en el que damos en agradecimiento y tomamos lo necesario.

Todos los seres humanos dependemos de la ayuda de otros y necesitamos ayudar a otros, así es como crecemos y nos desarrollamos.

Uno da solamente lo que tiene para dar y sólo toma lo que necesita. Se trata de una ayuda equilibrada que permite vivir, es decir, es una fuerza de vida y de conexión con los otros.

Este buen dar y tomar tiene sus límites y es todo un arte percibirlos y respetarlos. El terapeuta renuncia a dar lo que la persona tiene que hacer o asumir por sí misma, por ejemplo, renunciando a aliviar la tristeza después de la muerte de un ser querido.

El desorden llega cuando alguien pretende dar lo que no tiene o pretende dar cuando no debe dar; o cuando alguien exige a otro que le de lo que no tiene para dar o no debe dar.

Es una ayuda que requiere humildad y contención por parte del terapeuta y donde, a menudo, el dar consiste simplemente en ayudar a ver lo que hay.


2.     Respetar el destino

Nuestro destino es lo que ocurre en nuestra vida en este momento y, como tal, debe ser respetado. La ayuda debe respetar la realidad y adaptarse a ella sin proyecciones que hagan perder fuerza al acompañante y al acompañado.

Todos formamos parte de “algo más grande” que nosotros y muchas circunstancias externas están predeterminadas y afectadas por las leyes de la naturaleza, por los ciclos y el paso del tiempo, por la compensación y sus vínculos, por las leyes del psiquismo individual y la auto responsabilidad, etc. Son circunstancias a tener en cuenta a la hora de ayudar  a otro a progresar dentro de esos límites de su destino, y que invitan al ayudador a tomar su propio destino y a asumir todas sus responsabilidades para poder sostener con amor el destino del otro sin querer cambiarlo.


3.     Relación de Adulto a Adulto

La persona a la que acompañamos en un proceso terapéutico tiene que estar posicionado en su estado Adulto (Estados del Yo del Análisis Transaccional) para poder estar en el presente, en conexión con su realidad y dispuesto a hacerse cargo de su proceso. Si la persona llega desde su estado Niño y el terapeuta acepta ayudarle desde ese lugar, se entabla una trasferencia en la que se crea una relación de dependencia donde ambos pierden su libertad y la posibilidad de crecimiento.

Solamente cuando el acompañante está colocado en su estado Adulto, presente para la otra persona, puede sustituir a veces a los padres de ésta como parte del proceso de tomarlos y aceptarlos tal y como son. Para ello el acompañante ha tenido que tomar, es decir, aceptar a sus padres tal y como fueron, previamente al acompañamiento.


4.     La persona a la que acompañamos forma parte de un sistema

En la ayuda sistémica se tiene en cuenta a la persona como miembro de múltiples sistemas; de una familia en primer lugar, y de sistemas cada vez más amplios que interactúan entre sí. Además, se tienen en cuenta los campos mórficos, que son grandes campos de información (campos de emoción, de pensamientos, de creencias) con los que resuena la persona y que limitan o permiten su evolución.

Como dijo Hellinger “ la empatía del ayudador ha de ser menos personal, y sobre todo, más sistémica…” Aquí el desorden en la ayuda sería no mirar ni reconocer a otras personas decisivas que, por así decirlo, tienen en sus manos la clave para la solución.

Lo mejor para una persona es lo mejor para todos, ya que cuando esa persona encuentra el lugar en el que tiene fuerza, es el lugar que le corresponde ocupar en relación a todos los demás.


5.     Estar al servicio del amor

Este quinto orden introduce el amor en la ayuda a otros, ya que esta ayuda sólo puede ser amor en acción, es decir, aceptación de TODO tal y como es y como fue como paso previo a la transformación de la información limitante interna que trae la persona. Se trata de saber profundamente que todo lo acontecido está al servicio de la reunificación de polaridades, de la futura reconciliación, del equilibrio... creando así un salto cuántico que posibilita el crecimiento.

Quien realmente ayuda no juzga, y por lo tanto, como dijo Hellinger “el quinto orden de la ayuda sería pues, el amor a toda persona tal y como es, por mucho que se diferencie de mí. El ayudador se reconcilia internamente con lo que su cliente rechaza y por resonancia el cliente llegará a la reconciliación y a la sanación”.

Por lo tanto, podemos decir que toda ayuda es Amor.

El terapeuta necesita ser energía de reconciliación para que la ayuda sea eficaz y para poder acompañar a la persona a conectar con su fuerza de sanación y con su creatividad infinita que le abra a nuevas posibilidades. Este es el mayor logro interno del ser humano en continua evolución.

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