Recuerdo con mucho cariño, cuando en mi proceso personal de terapia, mi psicóloga me dijo: “Hay personas que hacen terapia gestalt y hay otras que son gestálticas”. Eso fue como todo un elogio para mí. Más en aquel momento en que estaba cursando justamente la formación. Me refiero a que era aspirante a Psicoterapeuta Gestáltica y entonces me sentí muy coherente al recibir su comentario.
Sin embargo, más allá del regocijo, también me hizo pensar. ¿Qué me hace, como persona, ser gestáltica? ¿Qué es lo propio y característico de la Gestalt?
Etimológicamente, Gestalt es un vocablo del idioma alemán que significa forma o figura. Los primeros trabajos de psicología gestáltica, se enfocaron al estudio de la percepción humana.
Quien más quien menos tenemos en mente esas imágenes que, aún incompletas, nos sugieren la figura entera.
Reconocemos esa tendencia de nuestra mente a completar lo que falta.
De alguna manera, esa tendencia, se da también en el área emocional de nuestra psiquis y en la percepción que tenemos de los eventos de nuestra vida. Necesitamos sentirnos completos. Rellenar “los huecos”. Cuántas veces decimos “eso no me cierra”, cuando un asunto no nos queda del todo claro o no nos hace sentido. Y eso que sentimos que no se completó, esos “asuntos inconclusos”, provocan que sigamos repitiendo experiencias similares, para vivenciar una y otra vez las mismas emociones que originaron esa percepción, en un intento de sanar y cerrar la herida, “completar la figura”.
¿Qué provoca esa sensación de figura a completar?
En cada etapa vital tenemos unas necesidades específicas, que esperamos sean atendidas de forma incondicional, por mamá, papá, el entorno. No siempre sucede así y queda en nosotros una sensación de incompletitud.
Inconscientemente, vamos repitiendo experiencias que nos recuerdan la vivencia emocional y reavivan ese dolor, y así vamos sumando capas de protección a la misma herida, llegando a formar corazas a nivel corporal y caracterial.
Cuando aparece una voz interior, como un llamado de atención sobre ese patrón repetitivo, ese dolor, esa insatisfacción, eso que se siente “no debiera estar”, comienza una toma de conciencia. Un querer buscar cambiar, sanar, solucionar. En definitiva, no repetir y estar mejor. Ese puede ser el impulso que nos lleva muchas veces a pedir ayuda, a comenzar terapia.
Muy jovencita, desbordada por circunstancias vitales, pedí ayuda y mi madrina, como mi ángel guardián en ese momento, me indicó consultar a una psicóloga de su confianza. Fui durante meses cada semana. Recuerdo aún el consultorio, la funda escocesa del sofá donde me sentaba. Me sirvió (no puedo decir lo contrario). Alguien me escuchaba. Sin embargo, al poco tiempo, comencé a sentir que me angustiaba más.
Me daba cuenta que entendía todos los porqués, las causas, el pasado, pero no lograba dar un paso en el presente, cambiar algo, avanzar en la dirección que deseaba.
“La terapia - pisocanalítica - me está haciendo mal.” Y estando en esas disquisiciones, aparece en mi vida una persona que me invita a ir por otro camino. Una terapia de abordaje corporal. Suelo decir que “me dio vuelta como a una media”. Realmente cambié, cambió mi vida, mi estado de ánimo, mis logros. En ese momento solamente lo experimenté. Y sentí que había encontrado lo que necesitaba. No tenía idea de cuál era el enfoque del terapeuta ni su línea de trabajo. Pero el resultado para mi vida fue incontestable.
Más adelante, “casualmente” (hoy sé que no existen casualidades, sino causalidades), haciendo otra de mis consultas para estar mejor, estoy en la sala de espera y me pongo a mirar la cartelera de anuncios. Entre ellos, veo un folletito que me llamó la atención. Comenzaba la semana siguiente una formación, que tenía los ingredientes que yo había experimentado en ese proceso de terapia que me cambió la vida. Esta vez estaba en Bilbao, lejos de casa, pero el lenguaje de aquel folleto, me era demasiado familiar.
Y es así que a la semana siguiente ya estaba embarcada en una formación de tres años. Eso sí, convencida de que la hacía solamente para mí misma, para mi autoconocimiento y proceso personal. Ni me había planteado tomármelo como preparación para ejercer. Puedo decir que la Gestalt me encontró a mí . Y desde el minuto uno me sentí en el como en casa.
Y es así que en el camino fui descubriendo que sí me haría feliz brindar a otros lo que tanto bien me ha hecho y tanto crecimiento personal ha supuesto para mí.
Hoy estoy feliz y agradecida de dedicarme a esto y entregar mi tiempo para ayudar a otras personas en su integración como humanos.
La terapia Gestalt me encontró y yo le declaré mi amor.